lunes, 23 de julio de 2007

DISPARARTE 1.5




NOSOTROS SIEMPRE CAMINAMOS HACIA ALLÁ



Terminamos de hacerlo y el cansancio nos hizo suspirar profundamente hasta que juntos nos perdimos en la misma fantasía. Contrario a mí, ella visitaba aquellos lugares desde hacía muchos años ya, lo que la incitaba a subestimarme con ternura pero siempre provocaba mi enojo. Yo empezaba a familiarizarme con aquél mundo azúl que conforme más lo explorábamos más se acercaba al negro, un negro muy peculiar, un negro más pesado, espeso, con un significado más allá de nuestro entendimiento. Un lugar en el que ella era tan feliz como lo es cualquier persona en los primeros años de su vida. Para mí todavía es confuso y angustiante, pero esta vez, cada respiro fue diferente; cada inhalación recorría hasta espacios olvidados en mis pulmones; como si fueran los primeros suspiros.

Hoy rebasamos el límite que secretamente ambos convenimos desde el inicio; uno de esos límites que la naturaleza advierte al hombre silenciosamente, como si tal advertencia entrara en nuestro cerebro al nacer, una línea que separa a la razón de la locura.

Mi primer encuentro fue una vivencia extraordinaria en la común vida de un mediocre y vanidoso como yo, según ella solía llamarme. Me dejé seducir por aquellos paisajes en tonos como escalas en un catálogo que muestra todos los niveles de un mismo color, el cielo empezaba en el horizonte con un azul que solo al contemplarlo durante largos ratos perdía su apariencia negra y espesa. Se elevaba perdiendo esa oscuridad y justo al mirarlo hacia arriba a 90 grados deslumbrarba tanto que sólo era posible mirarlo por unas fracciones de segundos. A lo lejos podían distinguirse grandes montañas que horizontalmente se deslizaban suavemente; atras de ellas volcanes resguardados que rebasaban por mucho la altura de las montañas que de por sí era ya impresionante.

Nosotros siempre caminamos hacia allá, juntos uno al lado del otro, a veces nos tomamos de las manos. Cuando la veo, sus ojos entrecerrados delatan su profunda felicidad y esa pérdida de razón que siempre le reclamo. También me hace saber que yo he entrado en el mismo estado. El cuerpo se abstrae de la mente, no responde, no concuerda lo que pienso con lo que hago; si pienso en mover los brazos, mis piernas se doblan, si quiero apretar el paso, los pies se arrastran. Camino entonces lentamente con la vista perdida, mi cabeza tambalea sobre mi cuerpo que a cada paso pierde fuerza. Es entonces cuando ella adelanta y se sienta en aquella extraña silla que siempre nos encuentra en el mismo lugar justo antes de regresar. Sentada con los brazos caídos y la cabeza casi recargada en su hombro izquierdo me observa detenidamente. Yo quiero continuar caminando pero ella no se mueve, estira su brazo hacia mí y con el dedo índice me indica que me acerque. Muy lentamente camino arrastrando los pies y ya en una postura que casi he perdido la verticalidad. Está hablando no sé qué cosas, me mira fijamente y apenas mueve los labios, no distingo las palabras pero ya entiendo lo que dice, sé lo que quiere, siempre lo he sabido, ahora me lo pide, ya la entiendo.
Nunca lo he deseado, pero hasta el óbito es el placer más exquisito cuando una mujer hermosa es quien lo invita.


SALVADOR CASTAÑEDA

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